Hay momentos que duelen
más que otros.
Los viernes a la salida
del trabajo,
los días de paraguas,
la hora de acostarse, o
mi perra inmóvil ante tu
puerta
esperando a que
aparezcas.
Ella no comprende que tú
y yo ya no somos nosotros
más que en esos recuerdos
que nos devuelve algún
sabor,
alguna luz,
alguna esquina…
pequeños gestos,
repetidos una y otra vez
a tu lado, como cuando
hacíamos
tu cama o mirábamos
una película, los
sábados.
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