martes, 19 de abril de 2011

ÚNICA SALIDA



 Julia tiene dieciocho años y una vida por delante. Hoy,  21 de julio de 1981, tres y media de la 
 tarde, a tres calles de la suya, Julia espera un taxi que las llevará a su hermana y a ella al aeropuerto donde cogerán el avión. Cuando un taxi libre aparece en el horizonte, Julia no levanta la mano, no para el taxi, no coloca su equipaje en el maletero, no da la orden al taxista, no contesta a sus preguntas. Es Carlota, su hermana mayor, quien se ocupa de todo. Julia se limita a esperar, callada, realizando los mínimos movimientos. Así, cuando el taxi para delante de ellas y Carlota le abre la puerta, Julia se escurre dentro del vehículo. Se pone cómoda, se abraza la barriga, cierra los ojos, respira hondo. Se siente algo mareada. En  las noticias de la radio dicen que este fin de semana lucirá el sol en toda Europa y subirán las temperaturas. Julia se lamenta para sus adentros; últimamente no soporta el calor, ni el sol.

     -Y qué,  ¿de vacaciones? -Rompe el silencio el taxista alegremente.
-Sí.
-¿Y se van para muchos días?
-No.
-¡Quién las pillara! ¿Y adónde, si no es mucho preguntar?
            -A París, nos vamos a París -se sorprende Carlota a sí misma diciendo.
-Pues con cuidadín guapas, que los niños vienen de allí, ¿eh?

Julia clava su mirada de asco en el cristal que enmarca a un señor todo repeinado (¡ya decía ella que el taxi apestaba a Agua Velva!) y que con cara, a ella le parece, de facha pervertido le envía un guiño. El agrio vuelve a subirle a Julia a la garganta así que baja la ventanilla para tomar aire.
-¿Está usted bien, señorita?
           -¿Estás bien Julia?  -Dulce, solícita, su hermana se inclina hacia ella y le pasa la mano con ternura por la frente sudorosa.
-Sí, ya se me pasa. Ya sabes que me mareo cuando voy en coche.
-Pues si se marea en coche, ¿qué le va a pasar cuando se suba al
       avión, guapa? -El hombre estira el cuello cual avestruz y lo gira ciento veinte grados sobre  sus hombros, y le envía una sonrisa más que pegajosa.
          -Nada, no le va a pasar nada porque en el avión no se marea. Y usted atienda al tráfico, no vayamos a tener un accidente -le asesta la hermana al taxista.
          -Mire señorita, yo en veinte años de carreras no he tenido ni un roce. Ni un roce, que le quede claro. -Se recoloca en el asiento- Pues sí hombre. París es muy bonito; la torre Ifel, la catedral ésa... la del jorobao... ¿Cómo se llama, mujer? Bueno da igual, les va a gustar mucho. Mi cuñao fue allí pa Semana Santa y dice que es una maravilla. Los gabachos y la comida, eso es arena de otro costal. Ya se sabe que como aquí na de na. ¿Y allí qué? ¿Se quedan en casa de algún pariente? Porque el Paco, mi cuñao, dice que los hoteles están carísimos.
         -Mire, por si no lo ha entendido bien, mi hermana está mareada y agradece-ríamos su silencio.
         -¡Bueno, bueno mujer! Sólo intentaba ser amable y que disfrutaran del trayecto.

    ¡Hay qué ver cómo se levantan algunas de desavorías! –Se exclama Manolo para sus adentros– ¡Si es que no hay quién las entienda! A las mujeres en general, digo. Si se les habla porque se les habla, y si no, porque no se les habla. ¡Anda, anda! Déjalo, déjalo  Manolo, no vayas a liarla. Y Manolo se hace caso y lo deja, se calla.
    
     Durante lo que queda de trayecto hasta el aeropuerto todos van en silencio. Julia intenta relajarse. Piensa en lo que hará a su vuelta, liberada. En que dejará de tener hambre a todas horas, sueño a todas horas, agrio a todas horas y mareos vergonzosos como éste de ahora que la ciegan sin avisarla y que la obligan a dar explicaciones. Se imagina volviendo a enfundarse sus vaqueros pitillo y contemplando cómo su seno ha vuelto a la 85 de siempre. Sabe que el domingo, cuando vuelva, será la noche de San Juan y Barcelona, toda ella, una fiesta. Supone que ya se encontrará bien y que podrá salir con sus amigos. Porque habrá acabado; todo, todo, todo. Todo, a la vez tan lento y tan rápido. El deseo, el amor, la ruptura... Un relámpago. El primer análisis, otro análisis, ginecólogo, inyecciones de hormonas, una tenue sombra en las bragas, y el vientre que se hincha y los senos que aumentan tersos, y las bragas siempre  blancas... blancas, blancas,  están blancas… Un desierto de angustiosa espera. ¿Anna, me dejas más dinero? Ginecólogo. Haremos una ecografía.... Ecografía, ecografía... No comas, bebe, bebe. Me meo, me mareo. Buueeeno, ya lo tenemos; sí, estás embarazada, ¿y ahora qué vas a hacer, guapa? Abortar. Pues sí que lo tienes claro. Amigos, confidencias, el apoyo, los ahorros de unos y de otros, los exámenes finales en la uni, la conversación con su hermana, las llamadas a Londres…. ¿París? ¡Por favor! Mentiras… Las mentiras a su madre....  Todo lentamente rápido, rápidamente lento. Ahora ya todo se acaba, ya está, y lo siento, lo siento mi niña, lo siento. Y se acaricia la barriguita que ya es muy evidente, ¿cómo no se habrá dado cuenta mamá? Julia, ¿no estarás embarazada, no? ¡Qué tonterías dices, mamá!... Silencio... Ese silencio tuyo, mamá... Mejor no ver, no saber, ¿verdad, mamina? Pero en el fondo tú lo sabías.

          -¡Vaya! ¡Menudo caravanón! Claro, con lo de San Juan, ¡la de gente que se va! Y cómo va hacer bueno... Pues sí, lo han dicho en el tiempo, que va a hacer muy bueno. ¡En toda Europa! Van a pillar buen tiempo, señoritas. -Mira atrás, espera uno, dos segundos, pero ninguna responde. Les gritaría “¡Eeooo!”. ¡Pues menudas vacaciones van a pasar éstas dos! ¡Qué par de muermos! Una que a saber qué se ha tomado, toda la carrera durmiendo; y la otra, con esa cara de entierro que me lleva...

Julia mantiene los ojos cerrados. No quiere hablar, no quiere escuchar, no ver, no sentir. Sólo dormir para despertarse ya en domingo, salir de marcha con sus amigos, celebrar San Juan y olvidar, olvidar, olvidar... Siente cómo la luz del sol se le filtra naranja a través de los párpados. Una luz cada vez más tenue. Se duerme. Claridad, vacío. Y ahí reaparece ella, en una habitación toda blanca, apoyada contra el marco de la ventana, desde donde contempla la calle. Un hombre le sonríe desde el bar de enfrente y ella de un saltito se mete para adentro. Esconderse, esconderla.  Se toca el vientre y se despide tiernamente de su niña, aprovecha los últimos minutos para hablar con ella, justo antes de que unas mujeres que hablan perfectamente su idioma, la acompañen muy amablemente a una especie de sala de espera, donde la invitan a estirarse en algo parecido a una camilla y le aconsejan que se relaje. Sueña. Desde allí Julia recibe palabras cariñosas, abrazos, besos de todas aquellas personas partícipes de su secreto. Son las otras. Duerme, sueña.

Sueña. Porque en verdad, allí, en esa antesala donde Julia esperará su turno al día siguiente de este viaje en taxi al aeropuerto, no habrá nadie conocido, ni palabras de consuelo, ni el calor de un abrazo, ni el rumor  de un solo beso. Sólo lloriqueos de otras mujeres, lamentos aislados, improperios lanzados al vacío, silencios quejumbrosos, palabras distantes de un idioma que no entiende, sintaxis huraña de aquéllas que luego empujarán la camilla en volandas hasta hacerla chocar contra la puerta de plástico que le abrirá paso al quirófano. ¡Coño! ¡No sabía que aquí se abortara así! Y rápido, todo será ya muy rápido. La pasarán a la mesa de operaciones; alguien le levantará las piernas, le abrirá los muslos, le instalará los tobillos en las horquillas. Mientras, otro alguien, le cogerá una mano, le cogerá la otra, sondeando cuál, le hurgarán las venas finas y flexibles que se niegan a sangrar... Relax. Una que se deja, I’ve got it, clavan el catéter. Ready, miss? El sopor se va  instalando en su cuerpo. Ya estamos, ya estamos, todo va a ir bien, vamos a dormir mi niña, adiós, adiós... Everything’s going to be fine, miss. Duérmete mi cielo, duérmete ya, ya está mi vida. Duérmete mi cielo o vendrá el coco y te llevara... Te quiero mucho mi vida, no lo olvides. Siempre te llevaré en mi vientre, en mi memoria, en mi vida. Perdóname, cielo, perdóname, mi niña. Ésta es tu única salida. Tómala. Mamá te querrá siempre... Mamina...
   -Ya llegamos señoritas. Bueno aquí les va bien, ¿no?
              -Sí, sí. –Carlota, se siente tan aliviada de poder perder de vista a este hombre, que entona la afirmación con alegría.
    -Pues, hala, vamos a bajar los bultos…

Carlota despierta suave y dulce a Julia antes de bajarse del taxi que las ha llevado hasta el aeropuerto para puntualmente coger el avión que las llevará a Londres donde al día siguiente, en una clínica privada, interrumpirán el embarazo de su hermana por aspiración y legrado. 
                                                                                                                                           (A Raquel)

3 comentarios:

  1. Traumático dilema que en un sentido o en otro, marcará toda su vida futura. Debe de ser algo terrible para cualquier mujer tomar una decisión de esa naturaleza.
    No sé si volverá a disfrutar alguna vez de esas cosas con las que sueña. Nada será igual, creo.
    Un abrazo.

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  2. Duras decisiones por claras que se tengan. Duras decisiones que a veces marcan y que solo se superan a base de cariño, comprensión y apoyo.
    Una dramatización muy realista de lo que puede interiorizar quien esté en la situación descrita.
    Un beso, Mar

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  3. Mar tremenda decisión, muchos piensan que es algo facil, pero no, deja huellas que nada puede borrar, solo se suavizan como dice Manuel con cariño, comprensión ,apoyo y mucho amor.
    Un abrazo y Mar una descripción muy real.

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