lunes, 29 de agosto de 2011

20 centímetros


Le parecía inaudito. Se había oído decir a sí misma tantas veces que el tamaño no importaba... Lo decían casi todas… Y sin embargo, aquella noche había soñado con un bello miembro de dimensiones apetecibles al que ella dejaba penetrar en su húmedo vacío. Bueno, ella, más que dejarse, lo atraía hacia sí, montando al hombre en cuestión, consiguiendo así aplacar en su sueño el ansia que la corroía desde hacia semanas.

Se despertó de su hermoso sueño agitada, sudorosa, todavía excitada. Intentó recobrar la cara de aquel hombre que la había hecho sentir tan viva, tan hermosa y feliz. Pero nada. Una imagen demasiado borrosa como para distinguir de quién se trataba. Sólo recordaba claramente su pene, hermoso en su erección. En la ducha se entretuvo visionándolo mientras sus dedos reseguían en su sexo el camino que aquél había recorrido. Mientras se vestía, cuando tomaba su desayuno, se notaba una sonrisa pícara en los labios, al dibujarlo en la memoria. ¿Pero con quién había pasado la noche, o mejor dicho el sueño? Le parecía recordar que era moreno. Tal vez el revisor de la estación. Parecía apuesto; bien dotado, seguro. ¿Algún compañero del trabajo? Definitivamente, no. Todos le parecían o poco agraciados o excesivamente afeminados, y por lo tanto de dudosa virilidad. ¿El chico con quien coincidía cada mañana, cuando sacaban a pasear a sus perros? ¿Su terapeuta? ¡Oh, no! ¡Dios! Lo que le faltaba; ya no podría mirarle a la cara sin avergonzarse. ¿Y quién podía estar tan bien atribuido? ¿Algún alumno? ¡No! Y no sólo bien atribuido... Había gozado de una manera nueva para ella, como nunca antes lo había hecho.

¡Y qué cuerpo! ¡Bueno, vale ya Sara! Un sueño calentito y ya. Mejor lo dejamos aquí. Pero aunque intentaba seguir con su rutina diaria y actuar con normalidad no podía evitarlo. ¡Ahí estaba otra vez! ¡Aquel falo! En la cara del vecino, en el vendedor de los ciegos, en el quiosquero… Como no me tranquilice acabaré tirándome a los brazos de cualquiera.

Se disponía a coger el metro pero, de repente, delante de la entrada, se desvió de su habitual camino pues hacía un lindo día como para enterrarse tan pronto y, además, había salido con tiempo, iba sin prisas… Y aquella sensación de embriaguez dulce, como cuando una está con un puntito después de dos copas y se siente menos rígida, más suelta, más flexible…  Tenía tiempo de caminar hasta la estación de los ferrocarriles.

 Se sentía guapa, de buen humor, rebosante de esa felicidad que cada año le traía el principio de la primavera, cuando todo renacía. En primavera Sara resucitaba de su hibernación melancólica y, ya despertada de su aletargamiento y con sangre renovada, se envalentonaba ante algún proyecto inabarcable del que ahora se veía capaz.

Ante la puerta de los consultorios de su ambulatorio jugó con el pensamiento  goloso de no ir a trabajar. ¿Y por qué no? De hecho hoy no tenía clases… Puedo decir que me encuentro mal, una jaqueca horrible; que tengo a algún niño enfermo y no puedo dejarlo con nadie; que me he caído paseando a la perra y me duele todo…  Se le ocurrían mil razones por las que se merecía un día libre. ¡Ni un día de baja este año! Ni una ausencia por enfermedad de mis hijos, ni una visita al médico en horas laborables… ¡Nada!

Y así se encontró con que había llegado delante de la estación, cuando se disponía a coger el periódico gratuito de manos de un apuesto joven que no debía tener más de veinte y pocos años, y que seguro tenía un sexo… Y entonces volvió el sueño y Sara no bajó. No descendió ni un peldaño. No siguió el pasillo, ni la escalera hasta el andén. No se subió al vagón atestado de gente, de enamorados que seguramente le provocarían envidia, rabia, o una tristeza profunda. Sobre todo eso. Hacía ya demasiado que los besos de los otros la hacían sentirse mal, desgraciada,  pues al mirarlos se veía en ellos absolutamente sola.

Un poco más apaciguada, siguió Rambla Cataluña abajo. Cruzó  expectante la Plaza de Cataluña. Buscando algo, no sabía qué. Algo tendría que pasar. Quería seguir soñando y pensaba que aquel sueño seguro que anunciaba algo, un encuentro. Bajó ilusionada las Ramblas, entreteniéndose con todo el espectáculo que le brindaban. Hasta que llegó al mar. Eran las doce cuando el mar y el puerto le parecieron más pequeños que nunca. Aquello no era el mar. Era un trocito de agua salada putrefacta y moribunda ahogada por sus carceleros. No, no había salida. Ya no podía bajar más. El mar, frontera definitiva para ella, aquí, hoy. Fin del trayecto. Se sentó en un banco derrotada y se dejó llevar por un llanto embravecido que la arrastraba a tierra. ¡Qué tontería! Estaba tan sola como siempre. ¿Qué hacía allí? Debería estar trabajando y dejarse de fantasías de jovencita adolescente. ¿Qué diría en el trabajo?

Cogió un taxi de vuelta. Tengo que volver. Había que volver. Era hora de volver, sí. Pero, ¿adónde? A casa Sara, a casa. ¿Para qué? Paró un taxi. Apenas murmuró su dirección sin mirarlo y el taxista tomó rumbo. El primer semáforo en rojo pilló por sorpresa al conductor que frenó en seco provocando una pequeña sacudida en ella.
     -Usted perdone señora, es que hay que ver cómo está el tráfico.

Sara alzó la mirada y halló la mirada de su hombre en el retrovisor interior.  ¡Era él! ¡El hombre del sueño! Un hombre bellísimo. ¡No podía creerlo! ¡Qué curioso el destino! Sin proponérselo se encontró a sí misma urdiendo alegre la conquista. Él sucumbiría a su voz, a alguna frase ingeniosa que saldría de su lengua desvergonzada. O se atrevería a llevárselo, inocentemente, hasta un bar para hablar delante de una cerveza con la excusa de cambiar el billete de 200 euros que ella le habría ofrecido con un “lo siento”. Treinta minutos después, cuando ya los ojos delataran el ardor de sus sexos, hartos de desnudarse a pestañeos, decidirían irse a casa de él y...
     -¿Aquí le va bien? -Pregunta el taxista levantando la vista y enviando una  mirada indiferente a la pasajera.

El espejismo se hace añicos en décimas de segundo. Trocitos de cristal se clavan en los ojos y el alma de Sara. Sus manos responden mecánicamente a la cantidad que el conductor señala: 6 euros. Se abraza a su bolsa, recoge los pedacitos de su cuerpo desvalido, se encoge y baja del auto. Se alza y se yergue, se queda quieta un momento, lo justo para contemplar cómo se aleja el taxi.

Para cuando Sara llegó a casa eran las dos de la tarde y había tres mensajes del trabajo en el contestador que la urgían a llamar y decir dónde estaba. Para entonces el falo se había arrugado y el mar quedaba ya demasiado lejos.

16 comentarios:

  1. Bravo, Mar, jajajajajaja, hemos acompañado a Sara en su encendido recorrido, pobre.... ya lo decía Calderón de la Barca "que toda la vida es sueño,
    y los sueños, sueños son" y es que a veces es mejor quedarse con el sueño y la ilusión que descubrir la realidad.
    De todas formas, durante ese tiempo que duró, se sintió mas viva que nunca.
    Un beso

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  2. Manuel,
    ¡Ay, Calderón! Que gran razón llevaba. Jajajaja Me gusta eso de "encendido recorrido". Besosss
    Oye. ¿te acuerdas del poema de mi comperñera Belén que colgué hace dos o tres días? Ha dejado un comentario que creo que tú y Gus deberíais leer. Un beso

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  3. recuerdo este relato...
    incluso recuerdo...a mí al menos, cuando es la mujer la que habla del sexo descaradamente,perdón, abiertamente, como que me suena a raro...pero mejor que cuando el macho habla esta vez sí,descaradamente, pues ese descaradamente del macho suele ir acompañado de babas, las cuales odiooooo¡¡..
    la lindeza de este tu reescrito se demuestra en que lo he leído de un tirón y quería más y más...se supone que palabras, que no centímetros...
    medio beso, marcita...
    me voy a comer.

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  4. Marrrr, un maravilloso viaje al erotismo femenino, aunque, con perdón, jejeje, va a gustos el magnificar el pene, no discuto.
    Símplemente, !aplaudo! El género erótico necesita gente que sepa escribirlo como tú, !Ave!
    Ens veiem.

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  5. una Historia de aplaudir


    besos

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  6. jejejee pobre Sara!...a veces los sueños nos cobran una mala jugada cuando con trampa amenazan con hacerse premonitorios...y uno se embala...pensando que la magia es real y se siente como en esas pelis, en esos cuentos...¿y por qué no? piensa uno intentando convencerse que sí, que puede ser...pero qué duro es el suelo cuando nos precipitamos hacia él luego de andar entre nubes, con tan solo las alas de nuestras propias ganas como impulso motor!jejeje

    Un abrazo.

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  7. ¿Seguro que eso de los 20 cm. no es un mito?. Seguramente no existan nada más que en los cómics y en la literatura erótica, o al menos eso quiero pensar.
    Volver del sueño a la cruda realidad es duro, pero.... que le quiten lo soñado.
    Un abrazo.

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  8. Cáspitas, lo lamento mucho por Sara! En lugar de un final apasionadísimo, con truenos, rayos y centellas y su hombre bellísimo a disposición…tres llamados de trabajo en el contestadorrrrr, qué crueldad Escritoraaaaa! Sara necesita justicia poéticaaaa!!! Jajajajajajaja! Muy bueno Mar! Un abrazote guapa!

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  9. Gus,
    las mujeres como los hombres también hablamos de sexo y descaradamente. Y, por supuesto de tamaños; de penes, de vaginas, de pechos, de culos... Y, a veces, también babeamos. De verdad, no somos tan diferentes!
    Besos

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  10. Natàlia,
    sí, en el sexo, contra gustos no hay disgustos... Además, no olvides el simbolismo, la metáfora de poder del falo :)
    Gracias por el piropo literario.
    Petonets salats

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  11. Lluviaenelsilenciodelanoche, gracias vor venir hasta aquí y por el cumplido.

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  12. Neo,
    ¡cuánta razón llevas con tus palabras! Ainsss los sueños! Pero es que a veces algunos se cumplen... Sólo hay que saber elegir bien como decías tú en tu entrada el otro día... Saber elegir el sueño que seguir. Beso

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  13. Pepe, existen, existen. Como las brujas: haberlos háilos. jeje Como las tetas: de todos los tamaños, formas, y colores (bueno, de todos, no!)

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  14. Susana,
    tienes razón. ¡Pobre Sara! Pero al final, en el libro, hay alguien que sí encuentra a alguien; alguien que es más que un falo :)

    Un abrazo justiciera!

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  15. Sueños, sueños que lluevan realidades jejejeje. y ese taxista que aspero.... le falto salsipirri !pobre!la miel en sus labios y !zas! seis euros de vuelta.
    Plas, plas Mar.
    Un abrazo.

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  16. Sueños que lluevan realidades...¡qué bonito San!
    Besos sonrisa.

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